Cómo el Desarrollo Performativiza sus Valores

El desarrollo es tanto una experiencia vivida como un ideal político. Por ideal político entiendo un horizonte normativo que determina la forma en que los Estados, las instituciones y las sociedades organizan el cambio, estructurando las racionalidades de la gobernanza y legitimando las intervenciones (Escobar 1995; Ferguson 1994). El desarrollo no es simplemente lo que ocurre empíricamente sobre el terreno, sino un conjunto de expectativas y aspiraciones sobre el progreso, la justicia y la sostenibilidad (Li 2007). Este ideal coexiste con -y produce- contradicciones arraigadas en instituciones, narrativas e imaginarios. Estas contradicciones no deben entenderse como fracasos que hay que resolver, sino como lugares que revelan la circulación del poder y la legitimidad en el presente (Foucault 1980; Mouffe 2005). Abordar el desarrollo desde este punto de vista revela cómo el orden social se rehace continuamente a través de tensiones que desafían una resolución sencilla.

La ontología del desarrollo se basa en entenderlo como un régimen sistémico constituido por la promulgación simultánea del progreso y la persistencia de un conflicto de valores irreconciliable. Realiza una apariencia de alineación de valores -lo que yo denomino "simulación de valores"- que mantiene la coherencia entre objetivos contradictorios como el crecimiento, la justicia y la sostenibilidad (Luhmann 1995; Latour 2005). Esta apariencia no es una ilusión superficial, sino una práctica sistémica operativa que mantiene unido al régimen a partir de mecanismos institucionales, discursivos y simbólicos (Agamben 2009).

Este marco se basa en la teoría de sistemas, especialmente en la concepción de Niklas Luhmann de los sistemas sociales como entidades autorreferenciales, operacionalmente cerradas pero estructuralmente acopladas (Luhmann 1995). De Luhmann heredamos la idea de que los sistemas sociales mantienen su identidad mediante operaciones recursivas que reproducen y traducen las tensiones internas sin resolverlas. La tradición crítica, en particular la dialéctica negativa de Theodor Adorno, nos alerta sobre la persistencia de la contradicción como condición del pensamiento y la sociedad, que se resiste a la síntesis y el cierre (Adorno 1973). La teoría política del pluralismo, incluido el agonismo de Chantal Mouffe, aclara aún más cómo el conflicto y el disenso son constitutivos de la legitimidad democrática y no anomalías que hay que borrar (Mouffe 2005).

El concepto de "simulación" que aquí se emplea se inspira en la obra de Bruno Latour sobre la performatividad (Latour 2005) y en la noción de "regímenes performativos" de Giorgio Agamben (Agamben 2009). Simulación, en este sentido, no significa falsedad o engaño, sino que se refiere a la representación recursiva de la coherencia a través de prácticas que integran y desplazan las contradicciones. Es un modo de actuación que mantiene el orden sistémico haciendo que el conflicto de valores sea manejable: nunca ausente, siempre envuelto.

Esta lógica sistémica se basa en la disonancia organizada y la autorreferencia recursiva, lo que hace del conflicto una condición estructural constitutiva y no una aberración. La teoría de la paradoja ayuda a articular cómo se mantiene dicha coherencia sin eliminar ni resolver las contradicciones (Smithson 1989; Thompson 2013). Así pues, el régimen de desarrollo ejemplifica una ontología paradójica en la que el progreso y el conflicto coexisten en necesaria tensión.

Reconocer esta paradoja desafía las narrativas teleológicas dominantes del desarrollo como progreso lineal o acumulativo (Escobar 1995; Ferguson 1994). Rechaza la desesperación nihilista al sostener que la coherencia y la legitimidad se producen y se cuestionan activamente a través de prácticas sistémicas. Esto desplaza el enfoque teórico de la búsqueda de soluciones definitivas a la comprensión de los mecanismos mediante los cuales se construye, sostiene y cuestiona la legitimidad dentro de la gobernanza del desarrollo (Mitchell 2002; Li 2007).

Las implicaciones políticas y normativas son significativas. Este replanteamiento pone en tela de juicio las evaluaciones directas de los resultados del desarrollo y, en su lugar, invita a examinar cómo las reivindicaciones de legitimidad se realizan a través de acuerdos institucionales y discursos simbólicos (Foucault 1980; Agamben 2009). También abre nuevas vías para teorizar la gobernanza bajo una contradicción sistémica: cómo se configuran la autoridad, el riesgo y los imaginarios de futuro a través de prácticas que simulan el consenso de valores en medio de un conflicto persistente (Beck 1992; Mouffe 2005).

Referencias

Adorno, Theodor W. Dialéctica negativa. 1973.

Agamben, Giorgio. El Reino y la Gloria: Para una genealogía teológica de la economía y el gobierno. 2009.

Beck, Ulrich. La sociedad del riesgo: Hacia una nueva modernidad. 1992.

Escobar, Arturo. Encuentro con el desarrollo: The Making and Unmaking of the Third World. 1995.

Ferguson, James. The Anti-Politics Machine: Development, Depoliticization, and Bureaucratic Power in Lesotho. 1994.

Foucault, Michel. Disciplina y Castigo: El nacimiento de la prisión. 1980.

Latour, Bruno. Reassembling the Social: An Introduction to Actor-Network-Theory. 2005.

Li, Tania Murray. La voluntad de mejorar: Governmentality, Development, and the Practice of Politics. 2007.

Luhmann, Niklas. Sistemas sociales. 1995.

Mitchell, Timothy. Rule of Experts: Egypt, Techno-Politics, Modernity. 2002.

Mouffe, Chantal. La paradoja democrática. 2005.

Smithson, Michael Paradojas de la racionalidad: Teoría, control y pragmática. 1989.

Thompson, Michael. Paradojas de la modernidad. 2013.

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